lunes, 10 de marzo de 2014

A PROPÓSITO DEL OFICIO DE TRADUCTOR...

Así pues, soy de dictamen que un buen
traductor es acreedor a los mayores aplausos,
a los mayores premios y a las mayores estimaciones.

José Francisco de IslaHistoria del famoso predicador
Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes

 
El oficio de traductor tiene algo de mágico. Las palabras poseen un enorme poder porque consiguen que las cosas existan cuando son nombradas. Sin el poder que otorga la nominación, las cosas podrán existir en nuestros pensamientos, en nuestro interior, pero no cobrarán realidad hasta que no tengan un nombre.
 
Al traductor se le exige destreza en el manejo de la lengua materna, capacidad y conocimientos para captar los matices y significados más ocultos de la lengua que traduce y maestría para transmitir esos significados ya convertidos en algo propio y cercano al lector.
 
Cada lengua tiene su propia idiosincrasia y sus propios recursos para designar la realidad circundante. El traductor debe conocerlos para dominarlos y conseguir que sus elementos se conviertan en componentes sustantivos de la otra lengua, la de destino, en la que ha de verter lo que consiguió desentrañar. En esto reside el poder del traductor, el poder de su magia, un poder que, como cualquier otro, ha de ser empleado con la exactitud, la cautela y la profesionalidad necesarias para sortear las sutiles trampas que a veces tiende el lenguaje; solo así se podrá evitar el descalabro de una traducción aquejada de males que podían haber sido remediados.
 
La responsabilidad del traductor reside, precisamente, en el poder que ejerce sobre las palabras. Su trabajo no consiste tanto en transformar la realidad como en hacerla sustantiva y moldearla de manera tal que, al verterla en una lengua distinta, continúe siendo la misma y significando lo mismo y, a la vez, suene de modo diferente.
 
Las lenguas se nutren de las palabras y son estas las que les otorgan su razón de ser, pero en cada una de ellas subyacen significados que unas veces devienen precisos y otras, oscuros y confusos. El buen traductor hará que las palabras y sus significados afloren del bosque de las letras con personalidad propia y definida, desde la lengua de origen a la lengua de llegada, sin fiar a la improvisación el devenir de su trabajo y sin cejar en el empeño hasta encontrar los resultados más precisos y ajustados al fin que persigue.
 
Francisco Muñoz Guerrero
Secretario General de la Fundación del Español Urgente
Reflexiones sobre el oficio de traductor